Vinicius life matters

Es curioso cómo el foco de debate va cambiando a lo largo de la campaña electoral al punto que de repente nos vimos todos sorprendidos hablando inesperadamente sobre Bildu y ahora resulta que el tema candente de la campaña es Vinicius.

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Como cuando un espectador llamó “puto negro” a Vinicius en El Sadar, seguimos creyendo que el problema de fondo tras los gritos a Vinicius no es el racismo. Los problemas de Vinicius con las aficiones rivales son precisamente por ser «blanco», no por ser negro. No le llaman negro por racismo, sino porque eso lo saca de quicio y del partido. Si llamándolo guapo lo sacaran del partido, entonces le llamarían guapo. Lo de menos es si negro o guapo, sino cómo sacarlo de quicio. Si funciona, se insiste en ello. Naturalmente el insulto que se usa es el que más puede doler a cada uno, pero el que llama mono a Vinicius ama al negro que mete los goles de su equipo. Esto no quiere decir que esté bien o haya que tolerar los insultos racistas, simplemente estamos haciendo un diagnóstico.

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Por ir al fondo del asunto, ¿cuántos racistas existen realmente en España? ¿O cuántos machistas? O sea, ¿cuánta gente hay que realmente piense que los negros o los anglosajones son una raza inferior? ¿Cuánta gente hay que explícitamente sostenga que la mujer es un ser inferior al hombre? ¿Está el enemigo ahí fuera? ¿O estamos combatiendo a un enemigo entre irrelevante e inexistente? Es decir, claro que hay algún zumbado o algún grupúsculo realmente machista o racista, que a veces incluso ejercen su violencia, ¿pero de verdad existe en España un problema social con eso? ¿Quién apoya eso? ¿Quién no condena eso? ¿Dónde está el enemigo?

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Los enemigos inexistentes, por otro lado, tienen muchas ventajas sobre los enemigos reales. La lucha puede ser muy larga y muy dura, pero es casi imposible perder la batalla con un enemigo inexistente. A veces, sin embargo, se dedican enormes cantidades de recursos a luchar contra enemigos inexistentes. No puedes perder luchando contra un enemigo inexistente, pero puedes forrarte. Si es negocio, tampoco nos extrañe el interés de algunos en crear constantemente enemigos inexistentes. Si eliminamos la lucha contra enemigos inexistentes, desaparecen el 90% de los chiringuitos ideológicos en España.

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El problema de luchar contra enemigos inexistentes, aparte de la dilapidación de recursos, es que nos distraemos de los enemigos realmente existentes. Es un escándalo que a Vinicius se le llame “mono”, ¿pero se le puede llamar hijodeputa o, tonto, o desearle la muerte? Si conseguimos que le griten hijoputa o cornudo o que se muera su hijo, pero que no le digan negro, ¿habremos resuelto el problema?

Lo cierto es que el deporte en buena medida se ha dejado que se convierta, particularmente el fútbol, en una cloaca en la que confluye la tropa más oscura y abyecta de cada letrina. Se identifica ser el que más anima y beneficia al equipo con el que más insulta, con el más violento, con el más peligroso, con el tontolaba de la bengala. Pocos equipos importantes de fútbol hay en cuyos intestino no parasite la tenia de alguna peña radical habitualmente marcada por un signo político extremista. Muchas veces esta tenia cuenta con la complicidad de las directivas. No todos los energúmenos que van al fútbol forman parte de estas peñas, pero todos los que forman parte de estas peñas son energúmenos. El riesgo de avalanchas, incidentes, peleas o heridos se reduciría de forma absolutamente sustancial con la desaparición de estas peñas. El ambiente en los campos y el nivel de agresividad se reduciría de forma apreciable. Estos grupos aparte de su propio microclima generan sin duda a menudo un efecto imitación y contagio sobre el resto del campo. Si se normaliza lo que hacen, lo que hacen ellos lo acaban haciendo también los “normales”. Su “normalidad” es lo que empapa a los niños que van con sus padres al campo. La pregunta no es por tanto si somos o no racistas, sino si queremos acabar con los grupos extremistas y antideportivos en el campo que fomentan el odio y la agresión al contrario.

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Sin duda es terrible e intolerable que a Vinicius le griten “mono” o le canten “uh-uh”, ¿pero es más terrible eso a que se cante “a la Virgen del Pilar nos vamos a follar”, “puta España y puta Selección”, o “una explosión de Goma 2 y que le den por culo a Aragón”? ¿O gritar “sieg hail” para redondear el espectro del reproche? ¿Se puede realmente quitar lo de “mono” y dejar todo lo demás o hay que acabar con todo para acabar también con lo de “mono”? Y aunque se pudiera, ¿qué sentido tendría dejar todo lo demás y quitar sólo lo de mono? Que se aproveche para cambiar las cosas de verdad en el deporte o que se deje de hacer teatro.

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Un comentario

  1. Aquí el problema radica, a mi entender, que se maximizan o minimizan las cosas según interesa a los que mandan. Sin dejar de repudiar cualquier insulto o menosprecio a cualquier persona, hay que valorar que este tipo de situaciones están muy centradas en los extremismos de algunos colectivos de seguidores deportivos. A mí lo que me preocupe son los actos de xenófobos y racistas que se dan en determinadas zonas, afectando a grandes grupos de ciudadanos. Generalmente materializados por grupos extremistas de izquierda y/ o separatistas, sin olvidar la labor de los gobiernos autonómicos en su afán de hacer un «país nuevo», aunque sea a base de romper la convivencia.

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