La inflación ha sido tradicionalmente el gran monstruo devastador a combatir, el peor enemigo, la gran destructora de la riqueza y la más complicada de combatir. En su origen, los bancos centrales casi no tenían otra función que subir o bajar los tipos de interés para combatir la inflación. En algún momento esto cambió y, al estar controlados por los políticos, ergo al servicio de los políticos, se convirtieron en máquinas de imprimir dinero, comprar deuda pública con el dinero imprimido (creado inflación) y mantener artificialmente bajos los tipos de interés tratando de instaurar un modelo de crecimiento perpetuo, basado en el endeudamiento perpetuo. Ya no se trataba de combatir la inflación, sino de evitar a los políticos que nombraban a los banqueros centrales el que tuvieran que tomar medidas impopulares para controlar el déficit o la inflación. Los bancos centrales, por otro lado, han tenido la suerte de atravesar durante algunas décadas un extraordinario período de baja inflación. Es decir, la inflación no subía pese a que no sólo habían hecho dejación de sus funciones para controlar la inflación, sino que habían empezado a hacer todo lo posible para generar inflación. La inflación sin embargo no aparecía por el desarrollo vertiginoso en los últimos tiempos de la competencia y el comercio global. En ambas cosas también ha tenido bastante que ver el desarrollo de internet. El sueño, sin embargo, ha tocado a su fin con un despertar de pesadilla. El monstruo no nos perseguía mientras estábamos dormidos, nos persigue ahora al despertar en el mundo real.
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Podría añadirse a lo anterior, sin embargo, que no es del todo cierto que la insensatez del dinero gratis y la política de los bancos centrales no haya generado inflación en el pasado. En realidad se han producido algunos fenómenos inflacionistas brutales, sólo que han estado focalizados en algunos sectores y los hemos llamado burbujas. La burbuja de las puntocom, la burbuja inmobiliaria, la burbuja de deuda. Pero los precios de los móviles, de la ropa o de la comida seguían bajando por el comercio global. Incluso el precio de la energía era barato hasta que nos inventamos la “transición energética”, la ecosostenibilidad sin energía nuclear y sin petróleo y la necesidad de la electrificación general.
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Sea como sea el hecho es que ahora tenemos un evidente problema con la inflación. Lo fácil sería decir que la culpa es de Putin pero lo cierto es que se trata de un problema que se viene alimentando desde hace mucho tiempo y del que Ucrania sólo es el detonante.
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Afortunadamente a la izquierda nunca le faltan las ideas simples para resolver los problemas complejos, por lo que todo le parece tan sencillo como topar los precios por un lado y subir los salarios por otro. Parece mentira que durante décadas hubiera tanto miedo hacia la inflación cuando era tan fácil la solución.
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El problema es que eso de subir el salario para compensar la inflación estaría muy bien si sólo se lo subieran a uno. O sea, el que escucha extasiado a Yolanda Díaz diciendo que hay que subir los salarios no es consciente del problema de subirle el salario no sólo a él, sino a todos los demás trabajadores. Si se sube el salario a todo el mundo vas con tu salario a comprar el periódico y resulta que el periódico ha vuelto a subir anulando tu subida salarial, porque el quiosquero también cobra más, y todos los periodistas que lo escriben también cobran más, y los repartidores y transportistas, y los que fabrican el papel. Como todo el mundo se ha subido el sueldo para combatir la inflación, los precios vuelven a subir para poder pagar esa subida de salarios. Al final la subida de salarios queda anulada y además se da inicio a un círculo vicioso inflacionista, cuando no un torbellino creciente y difícil de parar.
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Naturalmente se pueden “topar” los precios, pero a ver cómo se le sube el sueldo a los periodistas, a los repartidores o a los trabajadores de las papeleras sin subir el precio de los periódicos. ¿Mandando a la ruina al periódico, a la papelera y al quiosco?
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El problema de la situación en la que estamos es que no hay salidas que no impliquen sacrificios. Como además llevamos mucho tiempo evitando los sacrificios y la austeridad, los desajustes se han ido haciendo cada vez mayores y los sacrificios por venir para salir de la crisis serán mayores que los que habrían sido necesarios en el pasado. Un gobierno que sólo es capaz de tomar decisiones populares nunca puede ser un buen gobierno. Un problema al que se le puede dar una solución popular que no tenga contrapartidas no es un problema. Si no hicieran falta sacrificios para afrontar los problemas no habría crisis, ni malos gobiernos. Si haciendo sólo políticas populares todo marchara bien siempre no habría pobreza en el mundo, ni recesiones, ni harían falta cambios de gobierno. Por el contrario, en un mundo en el que los problemas hay que afrontarlos con alguna capacidad de sacrificio, ser capaz sólo de ofrecer soluciones populares es una garantía de naufragio total. Mientras no escuchemos a Yolanda Díaz o a Pedro Sánchez decir algo impopular estarán gobernando sin cabeza y fuera de la realidad. Y cuando empecemos a escuchar a Yolanda Díaz o a Pedro Sánchez decir algo impopular será que están políticamente acabados, porque viven de vender sólo medidas populares a su electorado, y será también que la impopularidad ya no será optativa y que el país se encontrará al borde del precipicio o cayendo de cabeza por él.
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