Lo que el antitaurino promedio sigue ignorando

El animalismo no cesa ni siquiera por vacaciones. Muchos festejos locales están siendo sus principales motivos para incrementar la intensidad de la protesta en periodo estival. Entre estos podemos hablar de los Sanfermines o de las corridas de toros del Aste Nagusia bilbaíno.

Siguen protestando contra el maltrato animal, destacando de manera visual aquello que más desagradable pueda resultar para el sentido visual de los mortales. Incluso piden ayuda a quienes reniegan de la tauromaquia por ser un símbolo de identidad cultural y tradicional en España.

Pero sus supuestas “acciones de amor” siempre omiten al prójimo de la misma especie (al homo sapiens). Puede que alguien suponga que se está machacando en hierro frío, aunque lo cierto es que nunca es mal momento para sacudir conciencias, para decir la verdad.

La vida del ser humano no les importa

El animalismo nunca celebró medidas judiciales extranjeras orientadas hacia una mayor protección del nasciturus. Me refiero al fallo del Tribunal Supremo de los Estados Unidos contra Roe v. Wade y a la sentencia del Tribunal Constitucional de Polonia que ilegalizaba el llamado “aborto eugenésico”.

Cuando ha podido, si ha optado por lo contrario a la abstención o el mutismo, ha insinuado que era conveniente, según ellos, lo que se puede concebir como “defensa de los derechos de las mujeres” o “necesidad de dar importancia a la salud reproductiva”.

Además, conviene indicar que nunca han dicho nada contra esa nueva modalidad de exterminio progre que viene a ser la “eutanasia”. Los ancianos no deben de ser personas con dignidad para ellos (incluyamos aquí a enfermos varios que no necesariamente tienen que ser de tercera edad).

El animal no puede sufrir, pero el hombre debe sufrir

El animalismo incide mucho en que el toro, el cordero o el perro no deben de sufrir. Obviamente, cualquier persona con sentido común y cierta empatía no va a querer que, por ejemplo, se humille de manera irracional y despiadada a las mascotas.

No obstante, esta gente nunca se opone a esas agendas políticas y económicas que no solo fracasan al preservar el medio ambiente, sino que promueven la destrucción absoluta de los componentes humanos de la sociedad orgánica.

No les preocupa que las enésimas restricciones a la libre circulación puedan poner en peligro, directa o indirectamente, la salud mental de las personas. Y sí, los trastornos mentales pueden repercutir negativamente mucho más allá de la psiqué. Alteraciones de peso, ataques de ira, ictus, suicidios…

No les preocupa que la inflación convierta muchos alimentos básicos en artículos de lujo, a lo cual se suman mecanismos confiscatorios como el IVA o el IRPF, además de otros gravámenes aplicados sobre conceptos como la energía o los combustibles.

No les preocupa que su criterio cientifista, escéptico hacia la libre disertación e investigación, tenga consecuencias negativas sobre la naturaleza. No entienden que un mínimo de dióxido de carbono pueda ser necesario en el planeta. Ignoran de igual modo la importancia de la cadena trófica.

Ideología versus realidad

El animalismo no cree en la cosmovisión biológica del orden natural y espontáneo. Simplemente sigue una hoja de ruta que pretende, al menos, dentro de las “religiones climáticas y ecológicas”, llevar a cabo la subversión prevista y, en su caso, poner al animal por encima del hombre sin criterio alguno.

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