Hegemonía de las “Big Tech”, libertad y verdad

En vísperas del último fin de semana de mayo, Donald Trump firmó una orden ejecutiva por decreto, con la finalidad de sortear los mecanismos de censura que aplican las Big Tech contra el discurso contracultural conservador (modificando la denominada “Sección 230”).

No fueron pocos integrantes del entorno de la batalla cultural que hemos de librar (poniendo en cuestión al establishment progre-socialdemócrata y revolucionario) que celebraron esta medida. En más de una ocasión, se han censurado contenidos cristianos, anti-LGTBI o críticos con el Islam.

Incluso se ha llegado a suspender perfiles, páginas y canales, a veces bajo el pretexto del spam (contenido masivo no deseado, posiblemente ilícito o engañoso, según el caso). Pero el verdadero motivo era ser de derechas en general (conservador, paleo-libertario, identitario, alt-righter o tradicionalista).

Por lo tanto, es comprensible que una acción similar fuera tan bien recibida (encima, refuerza la tesis de que Donald Trump está poniendo en jaque a las hordas y estructuras que componen y responden al Nuevo Orden Mundial).

No obstante, tanto la acción trumpista como el contexto en general plantean una serie de interrogantes, a la vez que abren, en consecuencia, unos correspondientes debates, tanto políticos como sociales y económicos. Y en base a ello se irá articulando esta columna semanal.

Empleo de las mismas recetas (mecanismos) que el enemigo

Cierto es que, en este caso, no han sido entes gubernamentales y estatales sino empresas privadas las que han cercenado ese ejercicio de la libertad en consecución de la verdad, contra un discurso y tinglado de tesis políticamente correctas.

A priori, el criterio no es nada loable, dado que esos servicios del llamado social media (dentro de la Web 2.0) fueron creados con el propósito de establecer, en Internet, una serie de espacios de libre interacción y expresión por la ingente cantidad de internautas (obviamente, in crescendo).

De hecho, que una actitud no haya resultado de lo que directamente pertenece a la entidad artificial revolucionaria que ejerce el monopolio de la violencia no es un eximente absoluto de juicio evaluador de carácter crítico.

Ahora bien, utilizar los mismos mecanismos que el enemigo puede ser peligroso, ya que en un escenario futuro no deseable, este podría hacer una interpretación alternativa y selectiva que sirviera para censurar ese discurso que cuestione la llamada “verdad oficial”.

El problema no es una multinacional per se, sino la componente de élite

No hay nada de malo en que una empresa crezca progresivamente, lo cual le permitirá no solo tener mayor capacidad de oferta y producción, sino poder ofrecer más puestos de trabajo. Es decir, que no hay una regla tal que “cuanto mejor, peor”.

Uno, como consumidor, por medio de su espontánea y libre interacción en el mercado, sabrá qué valor darle a los servicios ofrecidos, con su demanda o su rechaza, en base a los criterios que estime más oportunos.

El problema se da con el monopolio y el oligopolio, que no resulten de la espontaneidad sino de la acción directa superior y forzosa del poder político. No obstante, este artículo no tiene la finalidad de entrar en analíticas y discusiones profundas en materia político-económica.

Lo que puede concernir en la cuestión de la censura de determinadas redes sociales es que existe una plena connivencia entre los poderes fácticos del Deep State (junto a las demás élites globalistas) y determinadas grandes corporaciones que no se preocupan por integrarse bien en el mercado.

Reaccionar mediante permanencia en campo de batalla y competencia de mercado

Dado que la propaganda y la divulgación de principios y fundamentos doctrinales es primordial en la necesaria batalla contracultural y CONTRA-REVOLUCIONARIA, conviene no renunciar a ningún campo de batalla, tanto virtual como físico.

Esto quiere decir que, en tanto que Twitter, Facebook y YouTube sigan teniendo tanto una considerable demanda (mejor dicho, cuota de usuarios), merecerá la pena seguir haciendo uso de las mismas para la divulgación (de hecho, en la era “pandémica”, la izquierda ve aquí más difícil el monopolio de TTs).

Pero esa actitud de perseverancia y de demostración de gallardía frente a los mecanismos de censura de las mismas (por cierto, recordemos que Mark Zuckerberg y Jack Dorsey han demostrado abiertamente sus plenas simpatías hacia el izquierdismo) no es eximente de otras reacciones.

Es conveniente que, como sociedad, seamos capaces de plantear alternativas, ya sea recomendando algunas ya existentes o creando otras nuevas. Por cierto, ya hay servicios alternativos como Gab (frente a Twitter), Minds (frente a Facebook), Telegram (frente a Whatsapp) y BitChute (frente a YouTube).

Por lo tanto, a modo de conclusión, conviene combinar una serie de principios y cuestiones a tener muy en cuenta: denuncia contundente de la imposición de la “verdad oficial”, distinción entre connivencia política y libre mercado, y consideración activa y pasiva de alternativas.

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