PISA y otras zarandajas

Mucho se está escribiendo sobre los resultados del informe PISA centrando la cuestión sobre si la media de los resultados se encuentran justo sobre la obtenida por el conjunto de los estudiantes de cada país evaluado; sobre si ha subido dos puntos, o bajado uno, y, con desmedido interés localista, sobre si los resultados de una comunidad son mejores que los de la vecina.

Como los alumnos españoles evaluados no han salido en su conjunto mal parados, todos tratan de atribuirse el mérito. Hasta ha habido un comentarista local navarro que atribuye los buenos resultados de los escolares navarros a un pacto no escrito de 1986. Como no está escrito, no sabemos su contenido; por lo que vete a saber. En este afán de colgarse las medallas, se olvida que el pacto del 18 de febrero de 1988 ha sido el único pacto escrito habido en Navarra. Con mayores o menores tensiones políticas, ha permanecido vigente hasta estos últimos meses. Ahora se pretende dejar fuera de la gratuidad a las aulas que optan por escolarizar alumnos de un único sexo sin considerar otras valoraciones, se persigue excluir del sistema de becas a los alumnos que, en el ejercicio de la libertad de educación, optan por un tipo de centro y se menosprecian los criterios de capacidad académica y renta personal. Precisamente a este pacto hay que atribuir la existencia de una red de centros bien financiados y dotados, el largo período de paz escolar y convivencia entre lo público y privado conforme con el principio de libertad de elección de centros, el progresivo aumento de la escolarización gratuita desde los 2 a los 18 años, un sistema generoso de becas universitarias y la adecuada atención a la diversidad, modelo en España a los que se atribuyen los buenos resultados de PISA en Navarra.

Otros líderes, porque han salido desenfocados y no tienen oposición política a la que culpar, recurren a la tasa de analfabetismo que había en su comunidad hace 40 años; es decir dos generaciones de estudiantes atrás.

Pero no se trata de minusvalorar un informe internacional tan prestigiado, sobre todo si el resultado no ha sido malo (por cierto, con resultados en España semejantes a los registrados en el informe de hace 15 años), sino de colocar el debate en la cancha debida. El sistema educativo español puede y debe mejorar sensiblemente. En tal sentido deberíamos diagnosticar con seriedad sus debilidades.

Primero, resulta paradójico que se lancen las campanas al vuelo sobre un proceso de evaluación internacional que se celebra cada tres años, que mide cuestiones más próximas a parámetros de madurez intelectual que de conocimientos y, por supuesto, de formación, mientras se ponen todo tipo de cortapisas a las evaluaciones nacionales internas. Es decir, las pruebas de evaluación de diagnóstico, las finales de la educación primaria y secundaria, que han sido rechazadas por algunos grupos políticos hace unas pocas semanas. Estas evaluaciones, de modo anual, muestran la bondad del sistema. ¿Quién en su recto juicio deja para la meta la comprobación de que eligió el buen camino y siguió en él?

Segundo, resulta preocupante que en España, desde hace 26 años, andemos a la greña empleando el sistema educativo como garrote político contundente para derrotar al contrario. Tenemos un sistema parcelado que se parece más a un mosaico de 17 sistemas, que a un conjunto general, armonizado y homologado, de objetivos de formación y conocimiento. En los contenidos académicos se impone el conocimiento de lo local sobre el general y común y la conferencia de Consejeros de Educación se parece más a una conferencia internacional en la que cada miembro aboga por su interés particular sin una autoridad integradora.

Tercero, resulta alarmante que no se preste atención, ni se valore en su justa dimensión, a instituciones con una fuerza formativa incluso mayor que la escuela. ¿Qué valores llegan a nuestros jóvenes a través de la televisión, del modelo y actitudes familiares al uso, de los hábitos y móviles sociales comunes, de las prácticas habituales de ocio? Albert Einstein dijo que “educar con el ejemplo no es una manera de educar, es la única”. ¿Les mostramos el valor del esfuerzo, del cumplimiento de los deberes individuales y sociales, del sentido de la entrega generosa, del desapego? ¿O les ofrecemos la comodidad, la exigencia descomprometida de derechos, el egoísmo y la afección de intereses?

Pero se apuntan soluciones, éstas se suelen ubicar en el limbo de los lugares comunes habituales. Se dice que hay que invertir en educación un % determinado del PIB o se recurre a otras zarandajas semejantes. En el año 2008 España aplicaba a educación un % de PIB superior que el comprometido por Finlandia o los Países Bajos y, sin embargo, España, se encontraba 20 puestos por debajo de ellos en el informe PISA. Esta referencia al PIB no impedía que gastara un 25 y un 16% menos, respectivamente, que cada uno de los anteriores países. Por otra parte, un mayor gasto en educación no lleva necesariamente mejores resultados en PISA.

Finalmente, entre los informes PISA del año 2000 y 2015, España sólo ha mejorado 2 puntos en Matemáticas, ha bajado 3 en Ciencias y mejorado en 8 en Lectura, pero son 9 los puntos que tienen algún valor significativo. ¿Qué ha pasado en estos 15 años en los que España no ha mejorado? Esta es la pregunta que exige respuesta. ¿Tendrá algo que ver la ausencia de diagnóstico de los males educativos que denuncio más arriba?

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