El problema es el sistema

Este sistema electoral es una patata. La llamada democratización de las instituciones forales se hizo de forma dictatorial y acomplejada, haciendo tabla rasa de la tradición política de Navarra, una de las sociedades más democráticas del mundo, que incluso después de la rebaja chapucera de 1840 gozaba de un pequeño gobierno autónomo, la Diputación Foral, austero, respetado y eficaz.

Democracia -haciendo un esfuerzo por salvar una palabra tan manoseada- significa PODER del pueblo y no GOBIERNO del pueblo. El pueblo -la sociedad- puede y debe tener poder. Es lógico que su realidad, creencias, anhelos y costumbres inspiren la vida institucional. Pero por definición es imposible que el pueblo gobierne. El gobierno es cosa de uno, requiere unidad de mando, y esto lo sabe hasta el joven Pablo Iglesias.

El juego electoral que acabamos de sufrir en Navarra se ha convocado para elegir la cabeza del próximo gobierno regional. Pero -y aquí está el problema- también se ha convocado para elegir a un parlamento que en teoría, sólo en teoría, será el encargado de representar a los navarros y controlar a esa cabeza gubernamental. Este apaño de embutir en una sola papeleta lo gubernamental y lo representativo es un despropósito. Los votos de las elecciones llamadas forales sirven para la selección de un gobierno y relegan a la casquería sobrante al papel de oposición. Oposición inútil y por tanto carísima una vez que se ha conformado un gobierno mayoritario.

La idea de una segunda vuelta sería de lo más sensato. Pero aún sería mejor -y bastante sencillo- establecer dos elecciones separadas: una para elegir al gobierno, y otra para elegir a los representantes de la gente. O sea, Gobierno y Cortes. Eso sí que sería… “navarrísimo”.