Controlar al Parlamento

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Que la participación de todos los ciudadanos, –mediante la representación- en la vida pública debería de ser más fluida y más veraz, es una de las primeras y últimas reivindicaciones en el llamado “15-M”. Los representantes de los distintos grupos de ciudadanos –representados- no deberían de tener otra motivación que la que les dan sus mismas atribuciones representativas.

También es importante que la persona con responsabilidad representativa sea “uno inter pares”. Pues es entre iguales donde se fragua la justicia social. El encumbramiento y alejamiento –en su “modus vivendi”- de los representantes públicos de sus representados, nos lleva invariablemente al despotismo y a la plutocracia –que es donde ahora nos encontramos.

Si analizamos la evolución de la estructura social y política de nuestro mundo, nos percataremos de que nuestra historia podría ser resumida en “La Historia de Las Conquistas Sociales, contra el abuso y la opresión que era ejercida por unos pocos encumbrados sobre el resto de la población”.

En el caso de las Monarquías mas tradicionales debemos de considerar históricamente a aquellos reyes como los máximos representantes y ejecutores de las voluntades de uno de estos encumbrados grupos: “la nobleza” –grupo este que, salvo por la cuestión del titulo hereditario, cada día se muestra mas parecido, en su día a día, a la actual clase política de las Democracias Occidentales –salvando las distancias.

Fueron necesarias las Revoluciones para desatomizar el poder. Porque la historia nos ha enseñado que el poder, lejos de entregarse gratuitamente, siempre, siempre, se conquista. Así es pues como debemos considerar a la revolución como la llave que da forma a la conquista del poder, por –y para- el pueblo.

Pero es difícil, al analizar las claves de la convivencia en nuestro pasado, el no hacer consideraciones sobre la siempre presente violencia. La violencia ha sido y es una consecuencia directa de lo antedicho. Y ha dado forma final a todo tipo de agrupación social donde las necesarias normas de convivencia –leyes- se imponen con suma firmeza por parte del poder –sea este representativo o no. Así el trastrocamiento de estas conductas impuestas –democráticamente o por dictado- genera y se surte siempre, en nuestro pasado, con formas muy traumáticas: a base de violencia, muerte y desolación –sin necesidad de ir muy atrás en el tiempo.

Se espera de las actuales sociedades humanas –Países- cierta excelencia que nos aleje de esas actuaciones despóticas que algunas de estas nuevas castas surgidas –disfrazadas de la “santidad política” que da el cargo público-, puedan ejercer. Y contra las que no podría caber otra cosa que la tradicional violencia.

Pero, esta esencia –“ausencia de violencia”-, nunca la conseguiremos sin la vigilancia, a ultranza, de los derechos del pueblo; en una labor escrupulosamente firme y desinteresada que nuestros representantes políticos deberían de realizar. Por eso los alejamientos puntuales a estas formas honestas deberían de ser castigados con ejemplaridad.

Nacieron los parlamentos como una conquista social y como una forma de control, en las más avanzadas y modernas sociedades humanas, frente al jefe del estado –El Rey, o el Presidente de la Republica.

¿Hará falta crear otro parlamento -mas popular y cercano al pueblo- para ejercer labores de control, contra los abusos de los integrantes de los actuales PARLAMENTOS, Autonómicos y Nacionales? Ya que estas instituciones se ha revelado como la forma y síntesis del Poder actual de esos profesionales -“La Nueva Nobleza Democrática”- que son, en si, el epicentro de muchos de nuestros problemas.

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