La elasticidad de las palabras.

Joaquín Sabina, en un concierto, arengó al público con esta frase lapidaria: “¡Esto mola más que la Pascua!” y el público gritó. Yo creí entonces que sus argumentos eran difícilmente rebatibles; a veces, las palabras vienen con el empuje de un torrente. Pero bien mirado, lo que parecía torrente no era más que un poco agua que moja, como el calabobos. Sabina, cuyo ingenio me llega incluso a sorprender, es un buen imitador de Manuel Machado, a quien casi nadie lee porque sale en los libros. Él sí lo leyó bien. Pero lleva añadiéndole demasiados años cemento urbano, colillas de barrio, el perfume barato con que oreas tus labios pa que hagamos un trato. No es tan difícil imitar a Manuel Machado. Lo que Sabina no ve es que con los años, la peña se va aficionando a Mozart y a Beethoven, al igual que las iglesias siguen medio vacías, pero medio vacías que siguen. Si a esto se añaden las horas que meten cristianos de todo el mundo en el rollo de la Pascua, el concierto de Sabina se lo lleva el viento, pero vamos, que no se acuerda de él ni la madre que lo parió.

¿Y a qué viene este preámbulo? A que las palabras cogen la fuerza de la inercia de las ovejas, y las bobadas, con la música del balido, paracen lo que en otro tiempo era Palabra de Dios. Así en la política. De repente, gente del PP hablando de clima de confianza, de viaje al centro (jodé con el viaje, ya dura), mientras Jáuregui, como si fuésemos escolares, ridiculiza la palabra escrita y alaba el jolgorio donde somos colegas y nos damos la razón, mientras masticamos el chuletón con tinto. La política es un arte, pero el “la” central del piano es una nota de 440 herzios. Las vaguedades, las frases hechas, los topicazos dan ganas de devolver. Mi consuelo es que el viento no dejará ni un sillón en su sitio.

Javier Horno.

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