La sombra de un 11 de marzo.

Hace cuatro años, tras una masacre terrorista cuya autoría aún no se ha esclarecido, un número suficiente de españoles dio la victoria a un partido socialista que ya había aprobado implícitamente las negociaciones con ETA, al mantener un gobierno tripartito a la sombra de Perpignan. Los terroristas, fueran o no de la ETA, obtuvieron la ventaja esperada; la ETA obtuvo lo que sin duda deseaba. Unas pocas palabras bastaban, dijo el recién elegido presidente Rodríguez Zapatero, para ser generoso con los terroristas. Las palabras que pedía, que ahora ni recuerdo con exactitud, pudieran ser un juramento solemne sobre el patriarca Aitor, es igual: en este país sabemos que a las palabras se las lleva el viento. Zapatero sabía bien lo que decía: sólo se necesitaba para alcanzar la paz el buen rollo que tiene la izquierda y, en el fondo, esas gentes rebeldes que no nos defraudarán si, en contra de lo que ha hecho la derecha, les sentamos a una mesa del diálogo, dicho con la boca desleída en almíbar. Aquella encrucijada perfecta no podía ser más vil: el atentado era fruto de una guerra a la que España no acudió, que destruyó un totalitarismo sangriento, ese totalitarismo que incluso periódicos como El Mundo aún hoy añora con reportajes progres en su revista DONNA. El PP merecía la espalda de todos los demás partidos. Cuatro años después, la España de Zapatero, que no ha visto morir –corazón que no siente- a sus soldados en Afganistán, que ha apoyado la presencia de tropas en Irak, otra vez la España socialista que mandó soldados de remplazo a la guerra del no a la guerra, llega a las elecciones echando en cara al PP la susodicha. Y los españoles celebramos las elecciones dando propaganda de nuevo a una banda terrorista. Se interrumpe la campaña electoral, como si esto fuera una fiesta frente a un luto. Un atentado paraliza la actividad legítima de mostrar los proyectos políticos entre los que debemos elegir. El PP hace cuatro años tuvo que callar ante un Rubalcaba que rompió el silencio de la jornada de reflexión, y hoy el PP debe callar cuando El País le acusa de aprovechar el atentado.

La banda terrorista, comprobada la eficacia manipuladora en la emocional España tras el 11 de marzo, sabe a quién tiene que matar. EL PSOE queda así como mártir de su propia política, que aunque haya sido la de volver a abrir los ayuntamientos a los terroristas, los pecados de izquierda son como los de los de los adolescentes: fácilmente perdonables. Este último atentado tenía por finalidad movilizar al electorado de izquierda. Han matado a un concejal del partido que ha sufrido la persecución de los herederos de Aznar, este es el mensaje perfecto para que la izquierda más radical o quienes esta vez no veían un motivo para votar, vayan las urnas con su papeleta de ZP.

Escribo esto a una hora en que no sé si lo lograrán. Sea cual sea el resultado, confieso que la farsa de estos tres días me da náuseas. Ese más que nunca hay que votar, que impone un protagonismo a los terroristas inaudito; eso de apelar ahora a la unión de los partidos, como si las personas que se nos han arrancado de este país sean fantasmas del pasado frente a un atentado de verdad, que siempre es el último, para mañana ser otro mal sueño; esa confianza ya absurda en que una parte del electorado y de la clase política va a querer tomar la iniciativa de una lucha antiterrorista como la que hizo el PP. A ver qué pasa.

Javier Horno.

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