La traición de los mutikos.

Dicen que nada se odia más que aquello que se traiciona. Y si traigo aquí a colación una palabra tan desusada como “traición” es porque no se me ocurre otra para referirme a lo que ha pasado con la gloriosa peña sanferminera denominada Muthiko Alaiak.
En la pancarta festiva de esta peña, que es como la gracia institucionalizada, o sea, la risa por decreto que al final resulta amuermante, se les ha ocurrido este año a estos muthikos envejecidos prematuramente dibujar a un Santo Cristo con el brazo en alto, al estilo fascista. Serán cosas del subconsciente porque en este pueblo, los únicos que presumen de nazionalistas y de socialistas, los únicos nazional-socialistas, los únicos nazis, los únicos filofascistas son ellos. Ellos los que airean cuando les conviene una cruz gamada curvilínea como emblema político. Ellos los que en medio de la memez relativista tratan de poner en práctica las teorías nietzschianas, aunque en su caso el protagonista sea más bien un superterrorista que un superhombre.
No tiene ninguna gracia la bufonada irreverente, que incluso ha obligado a salir al paso al sucesor del mismísimo San Fermín. Ninguna gracia si se considera que llega amparada en el glorioso nombre de una peña “ocupada” que fue fundada por carlistas pamploneses, católicos “a machamartillo”, como Premín de Iruña. Y menos si ataca la paja de un presunto fascismo episcopal mientras ignora su propia viga euskonazi.
Una traición como un pino (de Diputación). Alguien tenía que decirlo.
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