El ciudadano perplejo

El Rey,-permítaseme la licencia- el Patrón de esta empresa llamada España, ha disuelto el Consejo de Administración y, con él, a los consejeros delegados; de modo significativo a los que estaban llamados a determinar el Consejo de Dirección de la Empresa, los portavoces de los grupos parlamentarios. Ha convocado a los ciudadanos a un nuevo proceso electoral. Hasta este punto todo dentro de lo que podría ser normal, legítimo diría algún cursi.

Pero el convocado no puede olvidar que hace poco más de cuatro meses ya dio su opinión fundada para organizar el Consejo de Dirección. Por ello, ahora le asaltan sentimientos de frustración, cansancio, hastío, cabreo e incluso la sensación de que ha sido objeto de una singular tomadura de pelo. Y lo que es más peligroso, corre el riesgo de quedar perplejo; es decir confundido, con dudas acerca de lo que se debe hacer.

La percepción personal de la situación se agrava cuando observa que nadie de los llamados a la responsabilidad política sobre lo sucedido asume la suya propia y deja un hueco a otros dispuestos y preparados para asumirla. Quieren continuar en el machito y, lo que es peor, nos piden para ello nuestra confianza, cosa que no sucedería en la empresa. Todos, sin excepción han cosechado uno de los más clamorosos fracasos políticos: no haber respondido al mandato político de los ciudadanos libremente formulado el pasado 20 de diciembre. El ciudadano no dijo otra cosa sino que se negociase para alcanzar un gobierno lo más estable posible en una situación económica delicada, en un contexto político donde por el horizonte asomaban la nariz rancios –por viejos- intentos de secesión nacional y estériles populismos que a nada trascienden más allá del momento de su formulación. A ninguno de los líderes políticos le concedió la fuerza suficiente para formar por sí sólo el Consejo de Dirección. A todos los situó en la tesitura de tener que pactar con el más próximo. Esa era la voluntad del votante, si alguna se puede extraer de tal entelequia.

Algunos de los llamados dijeron que el ciudadano había votado cambio. Desde luego, en el sentido que acabo de mencionar, pero no el que interesadamente imaginaron. No tenía ningún sentido recurrir a la aritmética más elemental para decir que la suma de un concreto número de fuerzas políticas diversas sumaban más que otro más homogéneo y que ahí estaba la razón del cambio. En esta elemental aritmética a los niños nos enseñaron que la resolución de los problemas científicos requería operar con unidades de medida homogéneas. No se podía sumar metros con kilómetros o kilos con gramos. Era necesario encontrar la unidad común. Se sumaban kilos con kilos y metros con metros. Pues bien, ¿cuál era y es la unidad política homogénea en esta delicada situación? Se me ocurren tres nucleares y solo tres con la cuales hubiera quedado resuelto el dilema: la unidad constitucional de España, su integración plena en el contexto de la Unión Europea y el mantenimiento de nuestros compromisos internacionales en este contexto. Esto nos lleva necesariamente a la suma de la fuerzas de los dos partidos constitucionales: PP, PSOE y, por aquello de la participación entre semejantes, el Cs. ¿No hay duda de que se hubieran planteado diferencias en los contenidos de los programas? Todas ellas se hubiesen superado con sentido de lealtad institucional, espíritu de servicio público y servicio al ciudadano, el socio de la empresa. No, sin duda, aplicando ambiciones personales o de grupo.

Otros aplicaron el pueril principio de contigo “no me ajunto” olvidando que hay que negociar hasta con el diablo para ganarle la partida y que no se debe mandar al ostracismo al 30 % de los intereses políticos, representados por el PP. Pero para ello se necesita fuste y altura de miras.

Por último otros han seguido presos de sus trasnochados sueños independentistas o retóricas posiciones camaleónicas populistas.

¿Qué debemos hacer? Ahora, aunque no la deseábamos, el Patrón nos ha brindado una nueva oportunidad. Tenemos más conocimiento de la personalidad políticamente muy limitada de los líderes. Miremos por encima de ellos, valoremos el interés de la empresa que corre serio riesgo de retroceder y sumirse en la miseria. Debemos votar, porque abstenerse o no hacerlo también tiene efectos políticos. En ocasiones, los no deseados.

Comentarios (1)
  1. Ramon de Argonz says:

    Estimado confidencialista:
    Me parecen bien sus quejas.
    Ocurre que la política española y navarra no dan más de sí. Por eso, enfatizo en que NO PODEMOS PONER TRONOS A LAS PREMISAS Y CADALSOS A LAS CONSECUENCIAS. Aunque Vázquez de Mella observó ESTO hace mucho tiempo, en España somos unos desmemoriados. Aquí las malas consecuencias lógicas se agudizan a pasos agigantados.
    Era impensable hace unos años llegar a dónde hemos llegado. Responsables habrá como para ahora pedir algo.
    Lo siento.
    R. de A.

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